2003 Discorso Giovanni Paolo II-Delegazione Chiesa ortodossa di Bulgaria
DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA ORTODOXA DE BULGARIA
Lunes 26 de mayo de 2003
Señor cardenal;
venerados metropolitas y obispos;
amadísimos todos en el Señor:
1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ef 1, 2).
Con sentimientos de alegría os dirijo el saludo que repite a menudo el apóstol san Pablo, evocando ante vosotros el nombre de Dios, Padre de la gloria, que ilumina los ojos de nuestra mente para hacernos comprender a cuál "esperanza" nos ha llamado en Cristo y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su "fuerza" (cf. Ef1, 17-19).
Agradezco al metropolita Kalinik las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de toda la delegación. Saludo al cardenal Walter Kasper y a los obispos católicos que lo acompañan.
Nuestro encuentro de hoy nos llama realmente a la esperanza. Advertimos, con corazón agradecido, la fuerza eficaz de Aquel que todo lo puede, a pesar de los obstáculos humanos a la libre efusión de su gracia. Sentimos crecer el deseo de una comunión más profunda entre nosotros, y vislumbramos, con mayor claridad, el camino por recorrer.
La esperanza es muy fundada, porque no nos encontramos por primera vez; más bien, nos reencontramos a un año de distancia de mi visita a Sofía. El 24 de mayo del año pasado, en el palacio patriarcal, tuve la alegría de reunirme por primera vez con Su Santidad Maxim. Fue un encuentro fraterno que encerraba la fuerza de suscitar otros. En cierto sentido, se han acortado las distancias, y se conoce mejor al hermano. Se crea el contexto adecuado, dentro del cual crece la confianza recíproca, condición previa para el entendimiento, la convivencia pacífica y la comunión.
2. Jamás podré olvidar mi viaje a vuestra tierra. Os ruego que transmitáis a Su Santidad Maxim mi recuerdo emocionado, que se alimenta de la oración; os pido que le renovéis la expresión de mi cercanía espiritual, con el anhelo de que se haga realidad cuanto antes la unidad plena entre cristianos católicos y ortodoxos. Asimismo, le expreso mi más sincera felicitación, a pocos días de distancia de las solemnes celebraciones que han conmemorado en Sofía el quincuagésimo aniversario del restablecimiento del patriarcado.
Al inicio de este nuevo milenio, la tarea de Su Santidad Maxim, de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria y de su Santo Sínodo, implica una gran responsabilidad. Ahora que también Bulgaria se abre a una nueva época, orientada a una Europa ampliada, es preciso reavivar el rico patrimonio de fe y de cultura que la Iglesia y la nación búlgara comparten y que constituye el milagro de la obra de evangelización realizada por los dos santos hermanos de Tesalónica, Cirilo y Metodio, cuyo legado, al cabo de once siglos de cristianismo entre los eslavos, es y sigue siendo para ellos más profundo y más fuerte que cualquier división (cf. Slavorum apostoli, 25).
3. La Iglesia ortodoxa de Bulgaria, al volver a proponer, con un lenguaje más comprensible para las nuevas generaciones, la contribución de san Cirilo y san Metodio, eslabones de unión de pueblos diferentes entre sí, puede renovar, a su vez, con fuerza y por experiencia directa, la intuición evangélica de los santos hermanos, según la cual las diversas condiciones de vida de las Iglesias cristianas nunca pueden justificar desacuerdos, discordias y rupturas en la profesión de la única fe y en la práctica de la caridad (cf. ib., 11). Ya próximo a la muerte, aquí en Roma, Cirilo, como leemos en su Vida, se dirigió al Señor con estas palabras: "Haz de ellos, oh Señor, un pueblo elegido, unánime en la verdadera fe y en la doctrina auténtica; haz crecer tu Iglesia, y congrega a todos sus miembros en la unidad".
Este mensaje de fe, tan arraigado en vuestra cultura y en vuestro ser Iglesia, es y seguirá siendo la meta a la que es preciso tender para que el Oriente y el Occidente cristianos se unan plenamente y juntos hagan resplandecer mejor el pléroma de la catolicidad de la Iglesia.
Amadísimos hermanos, vuestra delegación está en Roma por más de un motivo. Ante todo, la fecha de vuestra visita coincide con la celebración de la fiesta de san Cirilo y san Metodio, según el calendario vigente en Bulgaria. Además, queréis recordar el primer aniversario de mi viaje a Sofía y de mi inolvidable encuentro con Su Santidad Maxim. ¡Gracias por este signo de solicitud y de aprecio fraterno!
4. Habéis venido a Roma también por una circunstancia muy feliz: la inauguración del uso litúrgico de la iglesia de San Vicente y San Anastasio, junto a la Fontana de Trevi. El encuentro de oración celebrado el sábado pasado, 24 de mayo, tuvo un carácter solemne gracias a la presencia de numerosos y eminentes miembros del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria, de Su Majestad Simeón de Sajonia-Coburgo-Gotha, presidente del Gobierno búlgaro, y de diversos representantes de la Santa Sede y del Vicariato de Roma, encabezados por mi representante, el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Sé que la comunidad y su rector pro tempore han sido acogidos fraternalmente en la iglesia de San Vicente y San Anastasio, adaptada para el servicio litúrgico y pastoral de los búlgaros ortodoxos residentes en Roma. Se trata de un significativo ejemplo de comunión eclesial aquí en Roma, que deseo promover.
5. En efecto, si queremos progresar en el camino de la comunión renovada, debemos seguir los pasos de san Cirilo y san Metodio, que fueron capaces de granjearse el reconocimiento y la confianza de pontífices romanos, de patriarcas de Constantinopla, de emperadores bizantinos y de diversos príncipes de los nuevos pueblos eslavos (cf. Slavorum apostoli, 7). Esto demuestra que la diversidad no siempre genera fricciones.
Una experiencia de comunión fraterna, caracterizada por el respeto recíproco de nuestras legítimas diversidades, puede servir de aliciente para conocernos mejor y colaborar también en otros ámbitos y circunstancias, cada vez que se presente la ocasión. ¡Ojalá que esto sea un buen augurio para el futuro de nuestras relaciones! Le doy gracias al Señor por ello y le pido que bendiga nuestros pasos por el camino emprendido.
Gracias de corazón por vuestra visita. Os ruego que aseguréis a Su Santidad Maxim mi constante recuerdo ante el Señor. Dios lo bendiga a él, a todos vosotros y al amado pueblo de Bulgaria.